Toda la vida estuve rodeada de mascotas, y es de público conocimiento que soy capaz de pelear hasta con el ser viviente más grande con tal de defender la integridad de un animal.
Soy incapaz de maltratarlos y cada mascota que llegó a mi casa, fue cuidada con todo el amor del mundo, ya que mi mamá siente el mismo cariño que yo por los animales.
A pesar de tener muchas personas a mí alrededor, me considero un ser bastante solitario; y muchas veces me quejo de pasar tanto tiempo sola, pero también es cierto que disfruto mis momentos de soledad.
Lo que nunca me faltó fue la compañía de una mascota.
El día que nací había tres perros en mi casa: Puqui, Lorena y Tururi. A las dos últimas apenas las recuerdo ya que murieron cuando yo era muy chica; y Puqui murió de viejo, luego de vivir 14 años (solo que pasó la mayoría de sus años en la casa de mi abuelo paterno después que mi papá y mi mamá se divorciaron)
Después llegaron
Blacky y
Benjamín (una Pastor Belga y un Basset respectivamente); a ambos los regalaron por diferentes motivos: a la primera porque era destructiva y al segundo porque nos mudamos a un departamento donde no entraba un perro de su tamaño.
Viviendo en ese departamento llegó
Monina, una pekinés enana que estuvo 13 años a mi lado. Llegó cuando yo estaba en el primario y se fue cuando ya había entrado a la facultad.
Monina era de mi abuela, pero mi abuela vivía en mi casa y mi abuela viajaba bastante seguido a Buenos Aires, por lo
tanto
Monina dejó de ser la mascota de mi abuela, para pasar a ser la mascota de mi familia.
Mientras estuvo Monina, pasaron otros animales que de una manera u otra se fueron de mi vida. La mayoría de los gatos se fueron cuando entraron en celo, a excepción de Felipe que lo regalamos en otra mudanza; y a Sasha (una perrita mezcla de siberiano) la robaron de la puerta de mi casa.
En Noviembre del 2002, Monina nos dejó. No fue una despedida traumática, porque ella estaba viejita y bastante enferma. Murió en los brazos de mi mamá cuando íbamos camino a la veterinaria. Me dolió mucho su partida, pero acepté que formaba parte del ciclo de la vida.
Después llegó
Olivia, una cocker de color canela. Mala como ella sola, pero es imposible no quererla con toda el alma. No
le gustan los chicos y cada tanto tiene embarazos psicológicos donde es capaz de comerme viva si llego a intentar meter la mano debajo de la cama, donde se encuentra ella cuidando una pantufla de mi mamá.
A principios de Abril del 2005 lo encontré a Simón, un gatito que apenas tendría unos 10 días de vida. No sabía comer, solo succionar y desesperadamente buscaba la teta de su mamá. Le compré una mamadera, le preparé una leche especial y lo crié con todo mi amor. Cada tanto lo miraba dormir, y constantemente me fijaba si respiraba. Yo me encargaba de su alimentación y Olivia de su higiene; ahí me enteré que los gatitos para poder hacer la pis y la caca tienen que sentir la lengua húmeda de su madre en los genitales; Olivia se encargó de eso. Simón se hizo grande, tuvo problemas de riñón porque se le formaban cálculos que no le permitían orinar. Lo llevé más de una vez al veterinario, le pusieron una sonda para poder sacarle los cristales que le estaban produciendo tanto dolor.
Le cambié la alimentación y variaba sus menús entre Royal, Eukanuba y Perfomance. Lo castré. Le puse un cascabel; muchas veces cuando no sabía donde estaba, él me hacía saber que estaba en camino a mi casa haciéndome escuchar el sonido del cascabel.
Después llego
Lola, una perra sin raza que es igual al perro de los Simpsons, solo que ésta es de color negro. Es bien pavota, pero lo que tiene de tonta lo tiene de buena.
Olivia y
Simón se cansaron de morderla y de arañarla.
Ellos, junto a mi mamá y mi hermano, son mi familia. Pero el Sábado por la mañana mi familia se achicó. Ese día nos dejó Simón y no tengo palabras que me permitan expresar el dolor que siento desde ese momento.
Lloré como si hubiese perdido a un familiar directo. Sé que para muchas personas mi llanto y mi dolor son exagerados, pero también sé que existe gente que entienden que las mascotas también forman parte de nuestras vidas y que es posible quererlos con toda el alma.
Ese sábado a las 7.30 de la mañana me despedí de él como lo hacía todos los días, jamás imaginé que esa iba a ser nuestra última despedida.
Cómo murió? Aún no termino de entender. El veterinario le hizo una necropsia, y dice que pudo haber sido atropellado por un auto o que alguien lo golpeó muy fuerte. Fue tan grande el traumatismo que recibió que sus órganos dejaron de funcionar y con su último esfuerzo llegó hasta la ventana de arriba tratando de entrar a mi casa, tal vez buscando ayuda o buscando un lugar para morir. Mi mamá lo encontró en la ventana cerca de las 10.30.
Lo enterramos en el fondo de mi casa.
No puedo dejar de llorar y lo busco y lo veo en cada uno de los lugares que solía estar.
Es muy feo abrir el portón y no escucharlo a él con su cascabel que me viene a recibir y a hacerme “patitas*”
El veterinario me dio 10 días para conseguir otro gatito, pero la verdad es que por el momento no quiero ningún otro. Además a Simón yo no lo busqué, él llegó a mi vida.
Simón fue mi rey (léase shey, marcando bien la shhh), mi ratón (también con shhh), mi bebé.
Supongo que esta tristeza es tan grande porque él fue la primera mascota que la consideré 100% mía. Simón era mío, no como Olivia que es de mi mamá o como Lola que es de todos.
Simón dormía en mi cama, me buscaba para que yo lo mimara, y juro que conmigo su ronroneo era mucho más fuerte que con cualquier otra persona.
Teníamos un vínculo y lo extraño.
Tal vez muchos, al leer este post, piensen que estoy loca; y tal vez sea cierto, pero también sé que hay gente que comparte mi locura y eso es bueno.
1- patitas: cada vez que me veía a mi y/o a mi mamá, se tiraba al piso apoyando primero la cabeza, giraba y mostraba la panza, provocándome para que lo acariciara, pero apenas lo tocaba, me mordía y con las patas traseras me pateaba la mano.